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    From Rafael Suarez@1:2320/100 to Todos on Mon Mar 21 08:14:38 2016
    La gran pieza de artiller�a contra el comunismo
    Hace 40 a�os el disidente ruso Aleksandr Solzhenitsyn visit� Espa�a. Concedi� una entrevista memorable, en la que describi� los horrores del Gulag.


    CARLOS ALBERTO MONTANER 2016-03-19
    En marzo de 1976 el Premio Nobel de Literatura Aleksandr Solzhenitsyn aterrizaba en Espa�a. Pas� aqu� diez d�as, dos de ellos en Madrid. El d�a 20 visit� el plat� de "Direct�simo" para ser entrevistado por el periodista Jos� Mar�a I�igo, que tambi�n le hab�a llevado a ver una corrida de toros a la Plaza

    de las Ventas. Solzhenitsyn no tuvo dudas en afirmar que prefer�a el franquismo

    al comunismo. Sab�a de lo que hablaba, hab�a estado preso en un gulag, un campo

    de concentraci�n ruso, durante ocho a�os y luego desterrado.



    En el a�o 1980 el escritor y periodista cubano Carlos Alberto Montaner public� el libro De la literatura considerada como una forma de urticaria (Playor), una

    pol�mica, apasionada y apasionante visi�n de las letras y la cultura de Espa�a y Am�rica Latina. En este libro hay un cap�tulo dedicado a los "Disidentes"; el

    primero de ellos, a Solzhenitsyn. A continuaci�n reproducimos parte de ese texto, una lecci�n magistral sobre el modus operandi del cominismo y sus consecuencias.


    I

    �Por qu� Solzhenitsyn?

    Reflexionemos un instante:�por qu� la Uni�n Sovi�tica paga el terrible descr�dito de expulsar a Solzhenitsyn?�Exist�a la m�s remota posibilidad de que

    el r�gimen o el sistema se perjudicasen con las publicaciones en el extranjero del escritor ruso? Supongamos que, efectivamente, sus obras serv�an de propaganda anticomunista: �no es infinitamente m�s negativo acosarlo primero y luego desterrarlo? �No es esa la m�s formidable campa�a anticomunista?�Son tan torpes realmente los marxistas, o ser� para que responden a las inexorables consecuencias de la l�gica interna del sistema?

    Los tiros van por esta �ltima hip�tesis. Hay sistemas que no pueden aceptar que

    se denuncien sus contradicciones y se�alen sus defectos. �Por qu� los comunistas o los fascistas se sienten precisados a silenciar a los disidentes? �Qu� fuerza interna lo obliga perseguir a los "herejes", aplastarlos y esconder

    sus cad�veres bajo la alfombra?

    �Por qu� Rusia deporta a Solzhenitsyn y Cuba humilla y doblega a Padilla? �Por qu� la Inquisici�n cat�lica -cuando el cristianismo era cosa de este mundo- aterroriza a Galileo y la protestante incinera a Servet? No se trata, simplemente, de la brutalidad del sistema. La brutalidad es s�lo la herramienta

    -utilizada, a veces, con una vergonzosa mala conciencia- que las urgencias �ntimas del sistema. Lo que est� incurablemente enfermo es el sistema mismo, es

    decir, su aberrada dial�ctica interna. Hoy es Solzhenitsyn, ayer fue Mayakovsky.

    El comunismo y el fascismo postulan una interpretaci�n total del hombre. Son ideolog�as absolutas. Cosmovisiones exclusivas y excluyentes montadas sobre ciertas creencias que no pueden ponerse en duda so pena de desarticular toda la

    armaz�n te�rica. Estas creencias -todo el cuerpo doctrinal- pretenden derivarse

    cient�ficamente del an�lisis correcto de la realidad, y no dejan, por lo tanto,

    margen al error. Note el lector -esos hipot�ticos y escasos lectores con quienes gusta monologar todo escritor- d�nde comienza a trabarse el mecanismo y

    por qu� luego no permite otra opci�n que la fuerza bruta: marxistas y fascistas

    han descubierto la Verdad, con may�scula.



    Pero luego se percatan de que las cosas no ocurren de acuerdo con los libros. Pese a Santo Tom�s -es decir, pese Arist�teles-, la Tierra s� gira alrededor del Sol, y cuando Cop�rnico y Galileo lo se�alan, los inquisidores, acosados por la evidencia, no ven otra salida que amenazar el segundo con asarlo a la brasa si no se retracta. Cuando Solzhenitsyn muestra que en la patria de los trabajadores se mata y tortura con m�s rigor que en la propia �poca del Zar, cuando anota las tremendas contradicciones del sistema, cuando mide la distancia sideral entre la teor�a y la pr�ctica comunista, ocho polic�as lo montan en un avi�n -no pod�an, dada su fama, barrer el cad�ver bajo la alfombra- y lo expulsan del pa�s. Hab�a pisado la zona prohibida, la franja intocable de las ideolog�as absolutas, delincuentes que cuando son sorprendidos

    en los lugares de las contradicciones matan para poder escapar. La realidad tiene que adaptarse los presupuestos te�ricos, y si un esp�ritu observador nota

    alguna incongruencia, hay que liquidarlo en el acto. Sobre esta inversi�n monstruosa de la secuencia observaci�n-an�lisis esta montada la necesidad del terror.

    En los sistemas totalitarios hay que impedir, por todos los medios, que asomen las contradicciones. Por una parte, una espesa cortina de propaganda: los obreros son felices y bien remunerados; los ni�os, radiantes y saludables; las autoridades, eficientes y corteses; las f�bricas producen a pasto y el sistema demuestra, a cada minuto, sus infalibles bondades. El sistema se autoverifica constantemente. Por la otra -mal "necesario"- aplasta a la oposici�n, se desmiente e insulta a los inconformes, se les silencia y se les humilla. Porque, claro, no s�lo no tienen raz�n, sino adem�s son agentes del enemigo, saboteadores a sueldo, locos que deben ingresar en manicomios y mentes sucias enfermas. �No es obvio que la demencial propaganda a favor de las virtudes del sistema, y la implacable persecuci�n del que las niegue, demuestra el desesperado esfuerzo por ocultar el divorcio entre la realidad y la teor�a?�A qu� viene ese incesante, mon�tono martilleo en los logros del sistema? �Por qu�

    el cine, las artes pl�sticas, la educaci�n, la literatura, tienen que dedicarse

    a verificar los textos sagrados?�Por qu� esa pasi�n neur�tica? Pues, precisamente, porque hay que ocultar el fracaso, aunque sea matando.

    II

    Solzhenitsyn en Europa

    Sus ojitos profundos, la gesticulaci�n exagerada, la cabellera larga y despoblada, acentuaron el signo religioso en su discurso. Se ha dicho: Solzhenitsyn es un m�stico. Un ap�stol con trompeta y carro de fuego. Es Jerem�as, que nos viene con la muy factible historia de que el lobo est� cerca.

    Y est� tan cerca que los italianos y los franceses a lo mejor tienen que contar

    con �l para gobernar.



    Solzhenitsyn se ha convertido en el ca��n Berta de las democracias europeas. La

    gran pieza de artiller�a contra el comunismo. Hace una semanas, en Francia, electriz� a los televidentes con una emocionara comparecencia. Despu�s le toc� el turno a Espa�a. Lleg� cargado de arrugas, de penas, de fuego patri�tico, y les cont� a los espa�oles de viva voz, d�bilmente traducido por un murmullo indigno de su pasi�n, la tragedia inmensa de su pa�s. No convenci�. Los �rboles

    antifranquistas impidieron que se viera el bosque. Fue un error afirmar que los

    espa�oles, comparados con los rusos, no saben lo que es una dictadura. Aunque sea cierto, esto jam�s aceptar�n los espa�oles por una simple y biol�gica raz�n

    de que la �nica muela que puede doler es la propia.

    No existe mayor dolor que el propio, puesto que el ajeno es siempre figurado, simulado, distante. Pura imaginaci�n. Al espa�ol convencido de que el franquismo ha sido una horrenda pesadilla de palo y tentetieso, no le cabe en la cabeza que Franco era una monja clarisa comprado con Stalin. Y si no le cabe

    en la cabeza, lo pol�tico es no compararlos porque las comparaciones -como dec�an nuestras abuelas- son odiosas. Y m�s si se compara con metros de alambres de p�as y el peso de grilletes. No hay grillete mayor que el que lastima mi tobillo.

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